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La profecía by Danicalvo


La profecía

Hace mucho tiempo, en un reino lejano, nació un príncipe de ojos azules y rizos rubios que provocó la alegría de sus padres los reyes y de todo el reino.

Pero la alegría duró poco pues a la misma hora de su nacimiento el sabio Malaquías tuvo un sueño profético que se apresuró a comunicar a los monarcas.
-He visto la desgracia y la alegría al mismo tiempo en el futuro del Príncipe Enrique, lo he visto morir tras caer de un caballo embravecido y resucitar tras un beso del amor más puro que se ha conocido. Una esfera más blanca y brillante que la luna postrándose sobre la cara inerte del príncipe devolviéndole la vida. Será feliz pero jamás se casará ni engendrará ningún hijo que continué la estirpe de su majestad.

El futuro descrito por el sabio no era algo que pudiera permitir el Rey, ya antes de su nacimiento había prometido al príncipe con una princesa de un reino cercano y ese matrimonio evitaría una futura guerra entre los dos reinos.
-Desde este momento el príncipe estará siempre bajo una estricta supervisión, -decretó el rey- nunca podrá salir de este castillo ni montar a caballo, así evitaremos la profecía.

En este ambiente creció el pequeño príncipe. Entre las paredes del castillo se convirtió en un joven atractivo y amable, aceptaba con resignación su destino, todos le querían en el reino aunque le compadecían por su falta de libertad. Él soñaba con escapar pero lo llevaba en silencio.

Un buen día el guardián encargado de su vigilancia entró en sus habitaciones con un joven de su edad. Su bonita melena negra y una incipiente barba le daban un aspecto muy atractivo. Se acompañaba de un cuerpo ejercitado para poder desempeñar el trabajo que empezaría a llevar a cabo desde ese día.
-Su majestad- le dijo el viejo guardia- le presento a mi hijo Fernando, a partir de ahora se encargará de su seguridad personal ya que es hora de que me retire de mis funciones.
-¿De mi seguridad o de mi vigilancia para evitar cualquier intento de huida? Soy perfectamente consciente de la tarea que mi padre os tiene encomendada.

Pese al papel que tenían cada uno, los dos chicos llegaron a hacer amistad. Pasaban las largas horas muertas de su encierro ejercitando sus cuerpos ya que el impetuoso Fernando animaba al príncipe a hacer todo tipo de ejercicio físico salvo montar a caballo y siempre sin saltarse la prohibición de salir del castillo.

En sus largas conversaciones el príncipe no pudo evitar confesarle a su amigo su sueño de poder algún día cambiar de vida y escapar de su situación. Fernando se enternecía al oír a su amigo y empezó a tramar un plan para ayudarle a huir. Su carácter decidido le hacía ser valiente y no creer en malos augurios. Estaba convencido de que los dos podían tener una vida mejor fuera del castillo y convenció al Príncipe de que debía enfrentarse a su destino.

La noche fijada Fernando se presentó en las dependencias del príncipe con dos caballos , uno marrón y otro negro con un mechón blanco en la frente. Enrique miró al caballo con terror, no estaba preparado para montar, pero Fernando le animó. No le dejaría solo y huirían despacio resguardados por la oscuridad de la noche.

Emprendieron tranquilos el camino y el príncipe empezó a disfrutar de su ansiada libertad, la brisa de la noche hacía flotar sus rizos rubios y por primera vez en su vida se sintió plenamente feliz.
Cuando aún estaban a la vista del castillo oyeron que daban las alarmas desde el interior del mismo, alguien se había percatado de su ausencia y los caballeros del rey ya empezaban a salir por las puertas corriendo a toda velocidad en su dirección.

-Tenemos que salir de esta llanura rápido mi señor- le dijo Fernando- galoparemos a toda velocidad hasta que lleguemos al bosque cercano. Allí nos ocultaremos y despistaremos a los caballeros.

Ante la indecisión del príncipe, a Fernando no le quedó otro remedio que coger su fusta y atizar con ella al caballo negro del príncipe que al momento se encabritó y empezó una carrera a toda velocidad hacia el bosque. Fernando lo siguió de cerca mientras veía como el Príncipe gritaba y se aferraba al cuello del caballo para no caerse.

Pronto se internaron en el bosque donde dejaron de estar a la vista de sus perseguidores, sin embargo el caballo del príncipe seguía corriendo sin control. Finalmente, el caballo tropezó con un tronco caído y el príncipe salió disparado por los aires y se dio un fuerte golpe en la cabeza con una piedra que lo dejó inconsciente.
Fernando llegó a su altura y vio consternado que la profecía en la que no creía finalmente se había cumplido. No notaba que su corazón latiera ni que entrara aire en sus pulmones. El sentimiento de culpa que le invadía no le dejaba ni pensar en cómo salir de esa situación. Solo sabía que amaba a su señor y no quería perderlo. Empezó a llorar desesperado tirándose del pelo sin consuelo. Al ver en sus manos los mechones de su melena que se había arrancado se le ocurrió la idea: la profecía hablaba de un amor puro y una esfera brillante. Ya que él había sido la causa de que la profecía se cumpliera, también debía ser el destinado a salvarlo. Solo tenía que hacer algo antes.

Se dirigió a un riachuelo cercano y contempló su rostro en el reflejo del agua a la luz de la luna llena. Tenía que deshacerse de la maravillosa melena que lo hacía tan atractivo. Sin pensarlo dos veces desenvainó su daga y empezó a cortarse el pelo casi desde la raíz. Los mechones caían sin descanso mezclándose con la hierba del bosque hasta que en su cabeza solo tenía una pequeña pelusa negra.
-No es suficiente- se dijo- tiene que brillar como la luna.
Se empapó la cabeza con el agua del riachuelo y empezó a afeitarse con la hoja de la daga, estaba bien afilada pero aún así le dolía ya que no había podido usar jabón que ablandara el pelo. No podía dejar ni rastro de pelo en esa cabeza ya que temía que si no quedaba totalmente calvo no se cumpliría el augurio. Era el sacrificó que tenía que hacer para conseguir cambiar el futuro y recuperar a su señor. Cuando se notó la cabeza totalmente suave se volvió a mirar en el riachuelo. La imagen que se reflejaba era la de un hombre totalmente distinto. La barba negra y la cabeza totalmente calva le daban un aspecto aún más fuerte y decidido. Cuando vió como brillaba su cabeza a la luz de la luna se convenció de que podría salvar al príncipe.

Se dirigió a donde estaba Enrique y le besó con todo el amor que llevaba escondido y del que no había sido consciente hasta el momento en que sintió que lo había perdido para siempre.
Sin embargo el beso no surtió el efecto deseado, Enrique no despertaba. Fernando se volvió desesperado, no sabía que había podido fallar, ¿su amor no sería suficiente?, ¿acaso su calva no estaba lo suficientemente apurada?. En ese momento giró su cabeza recién afeitada hacia la luna y le rogó con todas sus fuerzas que salvara a Enrique.

-Juro solemnemente que si despierta lo amaré y protegeré hasta la muerte y en honor a este día no volveré a dejarme crecer el pelo jamás afeitándome rigurosamente la cabeza a diario hasta el fin de mis días.

Un instante después, Enrique despertó al fin. Abrió los ojos y lo primero que vio fue la cabeza perfectamente blanca y brillante de un desconocido. Comprendió que la profecía se había cumplido, había vuelto a la vida, pero ¿quien era su calvo salvador?. Se incorporó y posó sus manos sobre la cabeza afeitada que tenía delante, la suavidad que sintió le enamoró, sentimiento que se acrecentó cuando Fernando se dio la vuelta y reconoció a su amigo en ese hombre barbudo y calvo que no dejaba de llorar. Comprendió que su futuro estaba junto a ese hombre y eso lo hizo inmensamente feliz.

Ambos se besaron de nuevo, ahora los dos plenamente felices y Enrique no podía dejar de frotar la cabeza recién afeitada de Fernando. La belleza del momento fue interrumpida por los gritos de los caballeros que acababan de internarse en el bosque aunque aún se oían algo lejanos.

Deambularon por el bosque llevando los caballos por las riendas ya que no querían hacer ruido que alertara a los caballeros. Finalmente encontraron una cueva cuya entrada estaba oculta por la hojarasca y en ella se escondieron. Se abrazaron para darse calor y así se quedaron dormidos.

Al amanecer se despertaron y vigilaron la entrada, no se oía rastro de sus perseguidores.

-No me puedo creer que hayas renunciado a tu hermoso pelo por mi, Fernando, ahora debes hacer lo mismo con mi melena- dijo mientras se alisaba con los dedos los rizos rubios que le llegaban hasta los hombros- es la única forma de que no me reconozcan y podamos escapar.

Con algo de pena pero también excitado por la situación, Fernando volvió a coger la daga con la que se había afeitado su propia cabeza y empezó a cortar de raíz los largos mechones del Príncipe. Lo hizo con delicadeza para no dañarle pero sin contemplaciones, no podía quedar ni rastro del maravilloso pelo que caracterizaba a Enrique. Cuando estuvo seguro de que su cabeza estaba tan suave como la suya propia, recogió todo el pelo y lo arrojó a la hoguera para que no pudiera ser descubierto por los caballeros del rey.
Después rasgó las vestiduras de Enrique que ya estaban bastantes sucias de barro por la caída. Con la nueva musculatura conseguida con el ejercicio durante su encierro y la cabeza totalmente calva parecía un hombre distinto. Sin duda nadie lo reconocería.
Se fundieron de nuevo en un abrazo y sin dejar de frotar sus suaves cabezas hicieron el amor hasta bien entrada la mañana.

Ahora estaban los dos preparados para iniciar su nueva vida.

Montaron y emprendieron camino hacia el norte a través del bosque. En un momento dado divisaron a lo lejos a los caballeros, pensaban que los habían descubierto.

-¿Quienes sois? ¿Habéis visto a dos nobles jovenes bien vestidos, uno moreno y otro con pelo rubio rizado?
-No hemos visto a nadie en el bosque- respondió Fernando con la voz más ronca qué pudo sacar de su pecho mientras se acariciaba su cabeza afeitada- somos dos hermanos leñadores que nos dirigimos al norte del bosque en busca de buena madera.
-Seguid vuestro camino y cubríos u os achicharrareis esas calvas- se burló el caballero arrancando carcajadas de sus compañeros.

Despacio se alejaron de la comitiva y continuaron juntos adentrándose en el bosque. Finalmente tras varios días de camino encontraron una cabaña donde resguardarse. Poco a poco la fueron acondicionando para vivir, comían de lo que cazaban en el bosque y seguían ejercitando sus cuerpos y afeitándose la cabeza mutuamente a diario.
Los dos eras más felices de lo que nunca habían sido.

Pasados algunos años, en una de sus salidas para cazar, se cruzaron con un aldeano que estaba también de cacería. Al ver el caballo negro con el mechón blanco lo reconoció, ese era el caballo con el que decían que había huido el príncipe Enrique. Pero ahora lo montaba un hombre calvo y musculoso. Al ver que iba con otro compañero lo comprendió. Habían estado escondidos todos esos años y habían cambiado su aspecto para no ser reconocidos. Internamente se alegró por ellos, conocían al buen príncipe desde pequeño y siempre le había parecido injusto el encierro al que lo había sometido el rey. En los años transcurridos había cambiado mucho la situación del reino. El rey había muerto en la guerra con el reino vecino provocada por no haber cumplido su promesa de casar al príncipe con la princesa. Ahora el reino estaba en el caos y bajo los maltratos constantes del ejército del rey enemigo.

Al ver a su Príncipe el aldeano recuperó de nuevo la esperanza y arrodillándose junto al camino le contó a Enrique lo que había pasado y le rogó que fuera en ayuda de su pueblo. El príncipe lo vio imposible pero el aldeano le convenció, todos sus súbditos lo querían y estaban deseosos de dejar atrás los años siniestros que habían vivido bajo el reinado de su padre.

En los años siguientes y al mando de su pueblo, Enrique y Fernando lucharon juntos para recuperar el castillo y expulsar a los invasores de sus tierras.

Tras esto, el reino vivió un tiempo de felicidad y prosperidad, bajo el reinado de sus legendarios reyes calvos.








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