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A las malas aprendí by Juann


La peluquería olía a talco y a colonia fuerte. El zumbido de la máquina llenaba el aire cuando me
senté en la silla. El barbero me ajustó la capa y preguntó, como siempre:
—¿Lo de costumbre?
Asentí. Y mientras la máquina me rozaba la nuca, solté:
—¿Sabés por qué nunca dejo que me crezca el pelo?
El barbero levantó la vista por el espejo, curioso.
—Cuando tenía dieciocho, mi viejo me sentó a la fuerza en la silla del comedor. No me preguntó
nada. Me agarró de los hombros y me empujó contra el respaldo. Tenía una cuchilla nueva y un
tarro de espuma. Me dijo: "Ya sos hombre. Y los hombres no andan con melena ni con cejas de
nena".
El barbero asintió despacio, sin dejar de pasar la máquina.
—Me embadurnó las cejas con espuma helada, con tanta fuerza que me ardió la piel. Yo temblaba,
pero me sostuvo la cara como si fuera una mordaza. "Quieto. Si llorás, te la vas a ver conmigo",
gruñó. Y empezó a raspar. Cada pasada de la hoja me dejaba más desnudo, más expuesto.
El barbero murmuró, grave:
—Así era antes… disciplina a la mala.
—Después agarró la máquina —seguí yo—. Me obligó a levantar la cabeza. "Con la frente en alto,
carajo. Los hombres no se esconden", me gritaba. Sentí el primer trazo abrir un surco helado desde
la frente hacia atrás. El pelo caía pesado sobre mis hombros y él lo pisaba, como para que
entendiera que ya no me pertenecía.
El barbero asintió, serio, como si viera la escena en su mente.
—Cuando terminó, me hizo mirarme al espejo. Sin cejas, sin pelo. Brillante. Vulnerable. Me agarró
la cabeza con su mano áspera y dijo: "Así te quiero todos los días. Brillante. Disciplinado. Macho". Y
cada mañana, mientras viví bajo su techo, me hacía repetirlo. Si había un pelo fuera de lugar, me lo
arrancaba él mismo.
Guardé silencio un momento, mientras el barbero pasaba la máquina sobre mi cráneo.
—A las malas aprendí —dije al fin—. Que el pelo largo no era para mí. Que no había opción. Desde
ese día me rapo siempre, como lo hizo él.
El barbero apagó la máquina. Me limpió con la brocha y asintió una vez más, convencido.
—Y así está bien —dijo—. Brillante. Disciplinado. Macho.
Me miré al espejo. La cabeza lisa, sin defensa. Igual que aquella primera vez.



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