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El Robo segunda parte by PELUQUERO
El Robo segunda parte
Pasó la máquina por la cabeza de Marco con movimientos firmes, mecánicos. El sonido era constante, opresivo. El pelo caía en una lluvia fina, grisácea, mezclándose con el polvo del suelo. Marco cerró los ojos. Ya no gritaba. Solo gemía, como un animal herido.
Cuando terminó, su cabeza era una superficie irregular, cubierta de cerdas duras. Frías lo giró hacia el espejo.
—Mírate. Ya no eres el ladrón de la cicatriz y el rodete. Eres... nada .
Luego, se acercó a Luis.
—Tu turno.
-¡No! —gritó Luis, forcejeando con desesperación—. ¡Por favor! ¡ dejame algo de pelo hace mucho frio!
Frías lo ignoró. Las tijeras volvieron a actuar. Cortó mechones horribles con precisión quirúrgica. Luis lloraba abiertamente, suplicando, prometiendo cualquier cosa. Pero Frías no escuchaba. Solo cortaba.
Luego, la máquina. El zumbido. El pelo negro y frondoso de Luis desapareció en segundos, dejando una cabeza temblorosa, vulnerable.
Tercera etapa: El afeitado lento
Frías tomó la navaja. La abrió con un chasquido suave. Luego, aplicó crema de afeitar fría sobre la cabeza de Marco. El contacto helado lo hizo estremecer.
—Ahora… la purificación final.
El filo tocó su cuero cabelludo. Frías comenzó a afeitarse con una lentitud deliberada, casi sensual. Cada pasada era un susurro de acero contra la piel. Marco observaba en el espejo cómo su reflejo se transformaba: primero un hombre, luego un prisionero, ahora… un objeto .
—Suplícame —dijo Frías, casi en un susurro—. Dime por qué mereces conservar algo de ti mismo.
—¡Te lo juro! —sollozó Marco—. ¡Haré lo que quieras! ¡Pero déjame un poco! ¡Solo un poco!
Frías no respondió. Continuó. Pasada tras pasada. Hasta que el cráneo de Marco brilló bajo la luz amarilla, liso, frío, idéntico al suyo.
Luego, hizo lo mismo con Luis. Pero esta vez, se detuvo a la mitad del afeitado.
—Sabes por qué duele más? —preguntó, acercando los labios a su oído—. Porque sabes que no hay escape . Porque ya no eres tú. Eres lo que yo decido que seas.
Cuando terminaron, ambos ladrones tenían cráneos relucientes, expuestos, como si les hubieran arrancado la piel del alma. Se miraban en los espejos, pero ya no reconocían a los hombres que habían sido.
Frías se limpió las manos con el paño impoluto.
—Ahora sí están listos. Limpios. para marcharse y no regresar al menos que quieran otro corte ¡!! .