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Recuerdos de Alvarado by Robert
Pretende ser la historia de un niño como cualquiera de nosotros.
Villa Gobernador Alvarado era un pequeño pueblo del centro oeste de la provincia. Allí había nacido mi padre allá por el año 1925 hasta que se vino a la Capital en busca de nuevos horizontes laborales.
En el pueblo quedaban mis abuelos y no más de 1000 habitantes repartidos entre la zona urbana y la zona rural a 2 km del centro del pueblo.
Una pequeña plaza , la capilla, el almacén de ramos generales, la escuela y una oficina que hacía las veces de organismo municipal.
Si bien pasaba desapercibida, frente a la capilla estaba la pequeña comisaría.
Todo giraba alrededor de la plaza. Allí se ubicaban algunos negocios esenciales. Una botica, un zapatero remendón y la barbería que sobresalía del resto de los comercios por su llamativa fachada pintada a franjas oblicuas con los típicos colores rojo, azul y blanco.
Todos se conocían y todos se saludaban.
Mis abuelos vivían en el casco del pueblo en los meses de otoño y del invierno. En la primavera y el verano se trasladaban a la zona rural donde mi abuelo tenía unas huertas y para algunas verduras era la época de la cosecha. Allí tenían una pequeña casita sobre la ruta que iba a La Pampa. Era el único acceso asfaltado. Había más casitas esparcidas por toda la zona.
Todos los años visitábamos a los abuelos. Una vez en julio , al pueblo, porque eran los cumpleaños, y a fin de año, a la zona rural, a pasar las fiestas, y yo me quedaba casi hasta marzo cuando comenzaban las clases.
De niño estaba bueno ir a verlos porque cerquita de la casa había un arroyo y el abuelo me llevaba a pescar ranas. Él las cocinaba y las comía con la abuela, pero a mi no me gustaban.
El único trago amargo que había que pasar cuando íbamos en las vacaciones de julio era que, antes de volvernos, mi padre le decía a mi abuelo que me llevara a cortar el pelo a la barbería de la plaza.
El peluquero, Don Camilo, era un anciano de unos 70 años como mi abuelo y no aceptaba al hombre con el cabello ni crecido , ni mucho menos largo.
En su peluquería sólo valían , como se leía en el ventanal, los " Cortes cortos clásicos".
En la calle era fácil reconocer a alguien que no fuera del pueblo con sólo mirarle la cabeza. Los pueblerinos iban con la cabeza al rape.
Ni bien me sentaba en la sillita alta de madera y me envolvía con una sábana blanca enorme, preguntaba sólo por costumbre:
— Antonio, ¿ al rape? ¿ La Cero, como siempre ?. —
Me pelaba sin misericordia mientras yo lloraba como un marrano.
Me bajaba de la silla totalmente rapado. Sólo me dejaba un flequillo corto peinado con raya al costado con una gomina de olor espantoso.
El peluquero se regocijaba frotándome a contrapelo mi nuca al ras.
A mi abuela le encantaba verme bien peladito.
Cuando volvía a la Capital y tenía que ir a la escuela era el hazmerreír de mis compañeros que se burlaban de mi corte de pelo , mientras ellos lo llevaban crecido y yo parecía sapo de otro pozo.
Pero si los cortes en el pueblo eran terribles, los cortes de verano en la zona rural eran horrorosos.
Allí no había nada. Solo eran huertas y casitas. La gente debía ir al pueblo para abastecerse. Pero había pobladores que no podían trasladarse tan seguido y dependían de la colaboración de otros vecinos.
El único que vio el negocio fue Don Camilo, el peluquero. Los domingos y lunes eran los días en los que la peluquería cerraba, entonces, en una camioneta destartalada llegaba hasta la zona rural a cortar el pelo de los agricultores y los jovencitos que todavía concurrían a la escuela del pueblo y vivían en el campo. La juventud mayor ya no vivía allí. Había emigrado hacia distintas ciudades a trabajar y estudiar, como en una época lo había hecho mi padre.
En la caja trasera de la camioneta , Don Camilo, había dispuesto un viejo sillón de barbero y un pequeño mueble que sostenía un espejo.
La camioneta había sido pintada igual que el frente de la barbería, con líneas gruesas y oblicuas con los colores característicos.
Cuando entraba por la ruta los sábados cerca de las 9 de la mañana se escuchaba, desde antes de llegar, un parlante que repetía constantemente: " Peluquero, Peluquero ... llegó el peluquero ".
Quienes eran ocasionales clientes ya se iban acercando al costado del camino donde, debajo de una arboleda se estacionaba la peluquería rodante.
Como yo me quedaba todo el verano tenía asegurado, por lo menos, tres brutales cortes de pelo de Don Camilo ante toda la gente de la aldea que se acercaba a la camioneta. Era humillante saber que te iban a rapar frente a todo el vecindario.
La primera semana de cada nuevo año, después de que mis padres habían vuelto a la capital, yo sabía que era el momento de mi corte de pelo.
La abuela ya se lo recordaba a mi abuelo:
— Antonio, está atento el domingo cuando llegue la camioneta para llevar a pelar a este chico. Mirá la porra que tiene. —
— Sí María. Yo también me tengo que cortar. —
Y el domingo llegó.
La abuela me había hecho levantar temprano. Me hizo desayunar y me dijo que era el día de mi corte de pelo. Se me cerró el estómago.
Al rato se escuchaba ya el ruido del parlante. Atenta, la abuela llamó al abuelo que estaba en la huerta.
— Antonio, llegó el peluqueroooo — le dijo, levantando la voz.
Mientras la abuela me terminaba de vestir, el abuelo se daba una ducha rápida. Había que llegar temprano al lugar porque se llenaba de gente.
Salimos hacia la camioneta y ya se veía una persona en el sillón de la camioneta.
Como los cortes eran básicos, el peluquero no tardaba demasiado en dejar una cabeza rapada.
El piso de la camioneta dejaba ver gran cantidad de pelo, lo que indicaba que ya habían pasado algunos clientes.
Había muchas madres que llevaban a sus hijos a pelar. Don Camilo estaba en su salsa. Las maquinillas manuales no paraban de devorar el cabello de grandes y chicos.
Ya se estaba acercando nuestro turno.
Subió a la camioneta un chico más grande que yo. Tendría unos 13 o 14 años. Por su apariencia había dejado crecer bastante su cabello. Quien sería su padre lo subió a la fuerza a la camioneta y lo sentó en el sillón. No necesitaba suplemento en el asiento.
Antes de bajar del auto , su padre dijo algo así como "corte militar".
Algunos de los que estaban mirando se cubrieron la boca para no dejar escapar una sonrisa.
El peluquero le peló toda la cabeza con la misma maquinita. No le dejó ni pelo para peinarse. Cuando le quitó la sábana el chico bajó casi lagrimeando y frotándose la nuca casi sin pelo. Había sido el corte más terrible de todos los que habían pasado.
Era nuestro turno. Primero subió el abuelo a la camioneta y se sentó en el sillón.
Lo envolvió en la tela, eligió una de las máquinas y lo peló sin contemplaciones.
El parlante seguía aturdiendo con el !!! Fígaroooo, Fííígaroooo … llegó el peluquero !!!
En 20 minutos mi abuelo estaba pelado al ras como le gusta a la abuela.
Se bajó de la camioneta y me ayudó a subir a mí.
El peluquero tenía junto al mueble un suplemento para el sillón para los más chicos. Era una tabla acolchada que se apoyaba sobre los dos brazos del sillón.
Me trepé a esa tabla y me senté de frente al espejo. El peluquero sacudió la tela blanca de algodón con fuerza en el aire, me la pasó por delante cubriéndome por completo y la ató con fuerza en la parte trasera del cuello. Me puso un paño menor color celeste en la base de la nuca.
Cuando me empezó a estirar el pelo a los tirones y vi que no había instrucciones de mi abuelo sobre el corte supe que me iba a rapar como lo había hecho el día que me llevaron a su peluquería.
Tomó la maquinilla de púas más estrechas que había usado para pelar al abuelo, me bajó la cabeza casi bruscamente, y me la mantuvo apretada contra el pecho. Sólo podía ver el blanco de la tela mientras sentía como la máquina iba subiendo hasta la coronilla y la presión del acero contra mi cuero cabelludo.
Toda la nuca fue rapada al cero.
Los costados corrieron igual suerte. Mis orejas quedaron al descubierto y sobre ellas sólo había piel blanca con 1 mm de rastrojo.
Me apoyó la palma de su mano sobre la frente y me la sostuvo erguida mientras me pasaba la máquina por la cima de la cabeza hasta la coronilla. La tela era un colchón de pelo.
Sólo me dejó un poco de pelo en la parte de la frente para poder levantar , tipo cepillo, la casi nada de flequillo que me había dejado. Me dio un cepillado y entalcado y me sacó la tela:
— Abajo niño. Servido. Un buen corte escolar. Evidentemente para Don Carmelo, un corte escolar era un severo corte de pelo "al rape".
Como los cortes eran rapidísimo, ni siquiera se daba tiempo para el peinado.
Cuando llegamos a casa la abuela me acarició la cabeza toda rapada y se sintió feliz. Trajo del baño la gomina que usaba el abuelo, me sentó frente a un espejo y me hizo un cepillo engominado que, después de un rato, estaba duro como si fuera una estatua.
Ese fue el primer corte del año. El corte de enero. Aún me quedaban dos meses para que el peluquero me arrancara lo que me crecía el pelo en un mes.