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Bariloche by Juan Pablo


Corría el año 2002 cuando me encontraba en el último año del secundario. En Argentina por tradición se hace un viaje con todo el curso en invierno a Bariloche. Es un viaje que por lo general termina siendo un descontrol porque no es más que adolescentes con salidas a boliches todas las noches y mucho alcohol de por medio. Mis compañeros eran de hacer muchas bromas y a mí me habían tomado de punto como blanco de alguna de ellas. Yo era algo tímido por lo que no me podía defender. Por las dudas siempre con mis compañeros de cuarto de hotel cerrabamos la puerta con llave para poder dormir tranquilos. Con tantas actividades dormíamos pocas horas y había que aprovecharlas.
Una de esas noches la puerta quedó abierta y alguno de los bromistas se dio cuenta. Hasta ese momento no sabía pero uno de ellos había llevado una clipper a batería y estaban decididos a usarla con alguien. Yo dormía en la cama de arriba de una cucheta y esa noche me desperté con diez de mis compañeros agarrandome desprevenido en medio del sueño. Los gritos de todos retumbaban en las paredes de la habitación que resultaba chica ante tantos varones que se habían juntado. Me tenían agarrado y no me podía mover. Yo les pedía que me dejaran tranquilo pero no había caso. Todos se reían y gritaban, quizás porque tenían mucho alcohol encima y podían medir el volumen de sus gritos. Levantaron las sábanas y quedé solo en bóxer y una remera vieja que usaba para dormir. Me movía tratando de zafarme pero no podía, ellos eran más y tenían más fuerza.
Cada uno proponía un castigo diferente: "Dejemoslo desnudo y lo hacemos salir a la calle !", "Ponelo en la bañera y le prendemos el agua fría". Me bajaron el boxer para humillarme ante todos y se reían de mi pene. Entre varios me agarraron de piernas y brazos y me bajaron de la cucheta. Entre los que estaban uno de ellos levantó el brazo y le mostró a los demás lo que tenía en sus manos. "Chicos miren lo que tengo", dijo. Era la máquina de cortar pelo. La parte de metal brillaba sin ningún peine de altura puesto.
Yo suplicaba para que me dejaran pero al parecer eso los hacía querer torturarme aún más. Uno de ellos me agarró del cuello con todo su brazo y me sentó en una silla de madera que estaba en la habitación. Con mis brazos puestos hacia atrás me sostenían para que no puediera escapar y si me levantaba de la silla alguien más empujaba de mis hombros hacía abajo nuevamente. "Dejenmé, por favor. No me quiero cortar el pelo", les rogaba. Intentaba alejar mi cara cuando me acercaban la máquina al pelo pero no podía alejarme mucho. Con tanto ruido cada vez entraban mas chicos a la habitación, esperando ver quien era la víctima de la rapada. Me sentía humillado y mi cuerpo temblaba, más por miedo que por frío.
El cordinador entró a la habitación pidiendo silencio a todos los que ahí gritaban. Era un chico de unos 30 años mientras nosotros teníamos 16. Pensé que si le pedía a el coordinador, los podía convener de que me dejaran. "Martín, deciles que me dejen. Me quiero ir", casi llorando le pedí. El se acercó y dijo: "parece que tus amiguitos no te van a dejar ir muy fácil". Se alejó hasta la puerta y agregó: "Cortenlé el pelo rápido y vayan a dormir". Me miró como si no hubiese tenido otra opción. Hizo un gesto con los labios y me dijo: "ya está campeón, dejá que te pelen."
Todos gritaron "Vamos!!" mientras otros se reían de mi cara de sufrimiento. Sentía el calor de todos rodeándome con sus miradas puestas en mi. Me agarraron fuerte, prendieron la máquina y el ruido que hacía me anticipó el final. Todavía fuerza para escapar pero no tenía sentido. Empezaron a corear un "ooooooo" que se hacía más fuerte a medida que la máquina se acercaba a mi cabeza. La máquina entró por la frente y sentí como se desprendía el pelo. Todos reían y yo empezaba a llorar. No pude contener las lágrimas ante tanta gente. "No seas maricón", me decían. Mientras tanto quien tenía la máquina se divertía haciendo huecos en mi pelo. La pasaba por cualquier lado de mi cabeza dejando un desastre de algunas partes con pelo y otras rapado a cero. Así me dejaron y se fueron. Entré al baño para verme en el espejo y vi el resultado. Al día siguiente, con una gorra puesta fui a un peluquero. Entré, me saqué la gorra y le pedí: "rapame a cero"





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